Comentario
En la base de su revolución cultural, las ideas del utópico barón de Coubertin sí se han perpetuado. Propugnaba que, a través del deporte competitivo, se consiguiera mejorar las cualidades corporales y el carácter del hombre como contribución de éste a la paz mundial y la comprensión humana. Tras los Juegos de Londres, en 1909, el aristócrata se asustó: "Los próximos Juegos deben ser más dignos, más discretos, más íntimos y menos caros". Coubertin ignoraba que el auge del deporte iba a permitir financiar por vía privada ediciones como la de Los Angeles, en 1984, con éxito suficiente para cambiar el ritmo en el movimiento olímpico. El 83 por 100 de la ciudad de Los Ángeles había votado en contra de los Juegos, pero en la recta final la organización se granjeó las simpatías de los californianos de todo el país, a la vez que lograban financiar el proyecto: 4.000 patrocinadores pagaron 3.000 dólares por kilómetro de cada corredor voluntario con la antorcha. Eran 12 millones de dólares que luego destinaron a fines benéficos. Unos 44 millones de norteamericanos se acercaron a los arcenes para aplaudir el paso de la llama. Se precisaban 470 millones de dólares (47.000 millones de pesetas de entonces) para financiar los juegos, y la tarta sentó un precedente que marcó los presupuestos de Seúl 88 y Barcelona 92: los derechos de televisión se tasaron en 250 millones de dólares; los patrocinadores aportaron 115; la venta de entradas supuso 85 millones y las licencias comerciales, 14 millones. Coubertin encontró otro aliado para su dogma de "Juegos, Paz y Solidaridad". El progreso, en este campo, se convirtió en aliado de los postulados del aristócrata francés. Gracias a la televisión, 3.500 millones de telespectadores siguieron los Juegos Olímpicos de Barcelona desde su casa. Dos años antes, la final del campeonato del mundo de fútbol Italia 90 fue seguida por 1.060 millones de personas, más del doble de los que presenciaron la llegada del hombre a la Luna, en 1969, y tres veces más que la audiencia de la boda de los príncipes de Gales, en 1981, dos hitos en la historia de la televisión moderna. Hay, eso sí, una imposición tecnológica dictada por los tiempos: en 1992 había en todo el mundo mil millones de receptores. En 1996, en Atlanta, había un parque estimado de 1.300 millones de aparatos. Televisión y deporte se necesitan mutuamente. El desarrollo de una coincide con la evolución del otro, y la parafernalia que rodea a uno no sería posible sin la sofisticación imparable e imprevisible de la otra. Desde mitad del siglo XX cada edición de los Juegos Olímpicos ha marcado un paso más en la evolución tecnológica traducido en records de audiencia: el progreso ha sido vertiginoso. En Melbourne 56 se produce la primera retransmisión televisiva de algunos acontecimientos a toda la ciudad sede. Cuatro años después, en Roma, se consigue por primera vez una emisión directa. La CBS norteamericana transmite veinte horas de programación, con un sistema rudimentario: cintas de vídeo llegan por vía aérea para recoger en diferido lo más destacado de la jornada olímpica.Los juegos de Tokio, en 1964, utilizan ya sistemas de transmisión por satélite y obligan a la consolidación del diferido: los desfases horarios limitan la simultaneidad comunicativa del planeta. Los ingresos por derechos de televisión superan por primera vez el millón de dólares (1.577.778, unos 200 millones de pesetas de 1994), lejos de los 609 que significaron para el Comité Organizador de Barcelona 92 y de los 875 en que salieron a la venta los de Atlanta 96. Los Juegos de Munich, en 1972, consolidan la televisión en color y el uso del vídeo. La audiencia de esta edición, la de las siete medallas de oro del nadador norteamericano Mark Spitz y la matanza de dieciocho israelitas a manos de un comando palestino, alcanzó ya los 900 millones de espectadores. Hubo 67 horas de emisión olímpica, tres menos que en Montreal 76. En Canadá intervinieron cuatro satélites Intelsat: dos en el Atlántico, uno en el Indico y otro en el Pacífico. En Moscú, en 1980, se superan los 100 millones de dólares de derechos de televisión. Entonces, esta cifra significaba el 95 por 100 del pastel económico de los Juegos. Ahora, ese concepto no supera el 50 por 100. La otra mitad, entre 1989 y 1992, procedió de los patrocinadores, en un 38,6 por 100, y de la venta de entradas, en un 5,4 por 100. De los souvenirs y otros productos autorizados, el 6 por 100. Pero el verdadero punto de inflexión se produce en Los Angeles 84, donde la cadena norteamericana ABC se convierte en la principal patrocinadora de los Juegos. La espectacularidad de las ceremonias de apertura y clausura marcó la entrada en el siglo XXI, según los analistas. Las cifras, también: la organización ingresó 276 millones de dólares (38.640 millones de pesetas al cambio actual) en concepto de derechos de televisión. Seúl 88 inicia la incursión en la televisión de alta definición y el imperio de la fibra óptica que alcanza la mayoría de edad en Barcelona 92, donde se baten todos los records: derechos de televisión (650 millones de dólares), horas de televisión producida (2.500), audiencia (3.500 millones de telespectadores) y calidad de las emisiones. Los Juegos Olímpicos son el acontecimiento deportivo más importante. Por el evento en sí, que logra concentrar a los mejores atletas del mundo, y por la bocanada de progreso que representa para la ciudad organizadora. Para los Juegos de 1988 hubo cinco precandidatas. Para los de 1992, que ganó Barcelona, 13, y para los del año 2000, que organizó Sydney, siete. También son el acontecimiento más masivamente seguido, como demuestran las estadísticas: el campeonato del mundo de fútbol, el teórico deporte rey, apenas llega a la mitad. Los Juegos, según algunos estudios de audiencia, tienen un impacto tres veces mayor que el torneo de tenis de Wimbledon, cuatro veces más que el campeonato más seguido de fórmula 1 y seis veces más que el Tour de Francia y la final de fútbol americano, la Superbowl. La evidencia de los datos hizo al mismísimo Juan Antonio Samaranch, el presidente del COI, replantearse el regreso del tenis a la Carta Olímpica. El argumento del profesionalismo no era ya muy coherente. No tenía mucho sentido que Carl Lewis ganara 20.000 dólares por segundo en un mitin de atletismo y el sueco Stefan Edberg o el alemán Boris Becker, que podían percibir en un torneo de segunda categoría 50 millones de pesetas, no pudieran disfrutar del ambiente en la Villa Olímpica. El tenis regresó a los Juegos en Seúl 88, y la reacción de los tenistas fue variopinta. Hubo quien acudió a pasearse a Seúl y Barcelona, pues la ausencia de premios desmotiva, y otros, que, como Edberg, aseguraran que jugar sin dinero era suficiente motivación: "Juego con menos presión, más relajado y a gusto. Hoy por hoy, esto no es Wimbledon, pero quizá en el futuro será algo más", dijo. El regreso del tenis a los Juegos fue aplaudido por millones de aficionados de todo el mundo. Pero, afortunadamente para el espectador, para la televisión no sólo existen los Juegos Olímpicos. La citada Superbow1, que enfrentó en su edición de 1994 a Dallas Cowboys y Buffalo Bills, fue seguida en todo el mundo por 750 millones de personas gracias a 64 cámaras que dispuso la cadena norteamericana NBC en todo el estadio Georgia Dome de Atlanta. La infraestructura que ofreció el país americano al fútbol europeo en el campeonato del mundo de fútbol en 1994 no tuvo tan febril acogida: aunque la superpotencia pujó por la organización del acontecimiento con el fin de introducir el soccer entre el gran público, su éxito no va más allá de las high schools y universidades, donde se practica con destreza, sobre todo entre la población hispana. La carencia de interés contrasta con el de otros países occidentales, como España, donde el programa de televisión más seguido en 1993 fue un partido de fútbol: el España-Dinamarca del 17 de noviembre, que significó la clasificación de la selección nacional para el campeonato de Estados Unidos, atrajo el interés de casi 12 millones de personas. En 1992, por poner un ejemplo comparativo, el programa más magnético fue un show del dúo Martes y trece, "Que te den concurso", seguido por 10,5 millones de espectadores. El fútbol es garantía de audiencia para las televisiones, que recurren a él hasta la saturación. En la temporada 1992-1993, 629 partidos fueron retransmitidos por los 11 canales de televisión nacionales, públicos o privados. Así, había comunidades autónomas como La Rioja, en las que se recibe la señal de diversas cadenas autonómicas circundantes, que podía mantener al espectador sentado ante el televisor durante ocho partidos seguidos o simultáneos en una tarde.